Si en todo el país hay alguien cuyas acciones y discursos dependan casi al 100 por ciento de los ratings en los medios de comunicación, del escándalo y de las encuestas de popularidad, su nombre debe ser Andrés López Obrador, el autodenominado “presidente legítimo de México”, quien en muchas ocasiones ha dejado ver su voracidad por ocupar espacios en la televisión, la radio y la prensa escrita, como instrumentos para mantener su ascendencia sobre un fiel grupo de seguidores que creen ciegamente cuanto dice.
Hace apenas unos días, el ex candidato presidencial estuvo en una entrevista de más de 40 minutos en el Canal 2 de Televisa, el de más alto rating en el país, para exponer, desde su muy particular punto de vista, sus impresiones sobre dos temas que en las últimas semanas han acaparado la atención nacional:
la elección interna del PRD para renovar su dirigencia nacional y la controvertida propuesta para reformar el sector energético en la República Mexicana.La entrevista, plagada de contradicciones de parte del entrevistado, dejó ver a un López Obrador fuera de cancha, evasivo, poco sagaz y sin contundencia como en otros tiempos.
Esto lo aprovechó muy bien el comunicador, quien pareció estudió profundamente la psicología del político y de esa forma logró calcular de antemano cuáles serían las posibles salidas que buscaría ante las inevitables preguntas incómodas.Andrés Manuel comenzó exigiendo ocupar espacios televisivos, con el argumento de que tiene derecho de réplica y constantemente es criticado en distintos sitios de información y análisis sin que se acepten sus peticiones para aparecer ante las cámaras a dar su muy personal versión sobre temas de la agenda nacional.
Para cualquier habitante de México medianamente informado, es un hecho más que confirmado que el ex candidato presidencial aparece todos los días en los medios de comunicación, sin importar que una y otra vez repita hasta el cansancio las mismas palabras trilladas de los últimos dos años.
Sin embargo, dejó en claro que aún no es suficiente para él, porque en su mente merece una especie de trato preferencial.El multicitado líder perredista pretendía evadir temas como la elección interna del partido del sol azteca, pero finalmente tuvo que ceder y dejar en evidencia una serie de inconsistencias y sobre todo contradicciones en su discurso de los últimos años.En su opinión, el proceso interno del PRD no debe ser anulado, puesto que las irregularidades, aunque reconoció que se registraron muchas, no fueron lo suficientemente graves como para ameritar la anulación.
Es curioso que las cosas se hayan dado de tal forma que a menos de dos años de la elección presidencial, todos los argumentos esgrimidos para revertir la eventual Victoria de Felipe Calderón se han conjugado en contra de Andrés Manuel.Por ejemplo, el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) en los comicios federales de 2006 arrojaba una variación de 7 puntos porcentuales entre lo que aparecía en el conteo preliminar y el número de empadronados ante el Instituto Federal Electoral (IFE), lo que a decir del tabasqueño en ese entonces era motivo suficiente para anular la elección.
Hoy, en el proceso interno del partido del sol azteca existe también una diferencia de 7 puntos porcentuales entre el número de militantes que acudieron a las urnas y el número de votos que se registró, lo que en este caso, según él, no es razón como para invalidar la elección y repetirla.
De la misma forma, no aceptó su error al salir públicamente a apoyar a uno de los candidatos a la dirigencia nacional de su partido, Alejandro Encinas, y arguyó que esto lo hizo de forma discreta, sin embargo el cuestionamiento es que un autodenominado “presidente legítimo” no puede expresarse a favor de ningún candidato.
Esto mismo lo reclamó en su momento cuando acusó al ex presidente Fox de meter las manos a favor del entonces candidato a la Presidencia de México Felipe Calderón y los calificó como delitos electorales que afectaban el principio de equidad en el proceso electoral.…Graves inconsistencias.
Pero para colgarse de temas públicos y políticamente más rentables, Andrés Manuel ha encontrado una mina de oro en una imaginaria iniciativa de reforma energética que aún antes de existir ya había sido calificada por el perredismo como una propuesta tendiente a privatizar a Petróleos Mexicanos (PEMEX), mediante una serie de eufemismos que encubrirían las verdaderas y maléficas intenciones de los integrantes del gobierno federal para entregar el patrimonio nacional a la inversión extranjera.
Recientemente, el ex jefe de Gobierno del Distrito Federal vino a Michoacán como parte de las giras que está realizando para organizar a sus seguidores con la intención de impedir la presentación de la iniciativa de reforma energética a toda costa mediante un movimiento de resistencia civil pacífica que aunque podría bloquear carreteras, aeropuertos, bancos, centros comerciales y oficinas públicas, según él no violentaría los derechos del resto de los mexicanos.
Ante decenas de simpatizantes, cuando antes se contaban por decenas de millar, López Obrador dijo en Morelia que si el gobierno federal realmente quiere saber cómo rescatar a PEMEX debería pedir su consejo. Es simpático que lo haya dicho justo en este momento de la vida nacional, cuando en el Congreso de la Unión se acaba de entregar un diagnóstico general de la situación de la paraestatal y el gobierno federal ha dejado entrever aspectos básicos de la que podría ser su propuesta, mismos que no se contradicen con el clamor general de la población, puesto que se desmiente la supuesta privatización de PEMEX, pero se apuesta por la inversión privada y por el impulso a la modernización de la paraestatal.
Tal vez, y sólo tal vez, la Presidencia de la República no había considerado consultar al ilustre político tabasqueño, por la simple y sencilla razón de que ya tiene en su haber aquél libro publicado por el propio López Obrador hace dos años en el que se propone precisamente evitar la privatización del sector energético, pero sí por apostarle a la “asociación” con capital privado y trabajar en la “modernización y expansión”, del sector energético… Todo lo que critica en sus interminables discursos en contra de la reforma, en un solo párrafo de su libro él los aprueba. El perredista jura y perjura que esa terminología empleada por el gobierno federal son eufemismos para disfrazar el proceso de privatizar a la paraestatal.
Lo curioso es que esos mismos eufemismos fueron empleados, como se mencionó, dos años antes por el mismo tabasqueño.También es de preocupar la propuesta impulsada por el ex candidato presidencial de que se tomen en cuenta las opiniones de todos los mexicanos para que la reforma energética sea plural y recoja sus inquietudes.Es un hecho que asuntos tan importantes como este, merecen el análisis y el estudio profundo de los expertos, de quienes entienden de estos temas, pues ponerlo a consideración de todos los mexicanos es igual a preparar el terreno para la anarquía, que tanto conviene al “presidente legítimo”.
Considerando que diputados y senadores son, ya de por sí, nuestros representantes y que sobre ellos recae la obligación de votar por las medidas que mejor convengan al país, es ocioso tomar parecer a los casi 104 millones de mexicanos.Si no fuera tan preocupante la crispación de Andrés Manuel López Obrador, sería hasta hilarante el hecho de que él mismo se enrede y se contradiga tanto cuando se comparan los contenidos de sus palabras y sus discursos anteriores con los actuales. Por eso es que se dice que el pez por su boca muere.
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